Las mujeres invisibles

 

 

 

 

 

 

 

Por Ana Laura Aquino

Nacer, ser niña, crecer y ser mujer, como se dice popularmente, “aquí y en China”, es todo un reto.

Desde mi experiencia, al nacer en una familia con un padre machista, golpeador y otros “atributos” que tenía el señor, resulté “una vieja”, y aunque su güera nació, él quería que mi madre se embarazara pronto para tener un niño. Doña Mago (como ahora le dicen a mi madre), una mujer siempre decidida e independiente, no era lo que él quería para vivir en pareja, así que ella terminó por irse y llevarme consigo.

Ser niña e hija de una madre soltera que sale a trabajar y al hacerlo te deja al cuidado de la vecina -“ahí le echa un ojo”- te hace volverte independiente, haces una parte del autocuidado, aprendes a realizar esas actividades que en algún momento yo odiaba hacer, ese trabajo que se cree que tiene género, una etiqueta que pareciera que tiene dueña, el trabajo doméstico.

A los 13 años vives la adolescencia, es la etapa donde la situación o los problemas que están pasando en el entorno, en la familia, “con los de adultos” como yo les llamo, ya no eran del todo de adultos, ahora eran también míos. Esto cambiaría y definiría mi futuro, que era el de trabajar para solventar los gastos de escuela, personales y también aportar a los gastos de la casa. Pero: ¿una menor de edad tiene que trabajar? ¿En qué puede trabajar una adolescente? ¿Qué sabe hacer a esa edad? ¿Acaso no es responsabilidad de un adulto cuidar y proveer las necesidades de una adolescente?

Todas esas preguntas yo no las cuestioné en su momento sino hasta hace 16 años, hasta que supe que el trabajo infantil está prohibido, hasta que supe identificar que yo me desempeñé en la informalidad del trabajo doméstico remunerado, alternando con la maquila en la costura, y aquí no termina el reto.

Hoy en día, el sector informal es aproximadamente el 57% de la población ocupada en México, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE). Dentro de este porcentaje se contempla a las más de 2 millones 480 mil personas trabajadoras del hogar que somos a nivel nacional, que podríamos poblar un estado del tamaño de Tabasco. El 90% somos mujeres, quienes laboramos de manera discriminada por parte de las leyes mexicanas que no nos reconocen y no ratifican el convenio 189 de la Organización Internacional de Trabajo (da click aquí -> convenio 189 de la OIT), y discriminadas hasta por la misma sociedad que por si fuera poco nos llama con nombres despectivos.

 

No, no nos ponemos en el papel de víctimas, sino en el de mujeres que ya no queremos ser invisibles; nos duele que nuestro trabajo no sea reconocido, que el trabajo del hogar no se vea como un trabajo como cualquier otro, con una remuneración justa, como un trabajo digno -como lo dice la OIT-, con todos los derechos laborales; por ejemplo con seguridad social en el régimen donde contemos con una instancia o lugar seguro donde podamos dejar a nuestros hijos a cuidado, para que no sea “irónico” que las trabajadoras del hogar cuidamos de una persona en el trabajo y dejamos a los propios a su suerte. Esto en lo laboral… ¡pero falta más!

Como mujeres, vivimos el acoso sexual en el trabajo y lo más común es en el transporte público. Tenemos que lidiar con los estigmas y etiquetas sociales; a la costumbre de que una mujer tiene que casarse, con un hombre, y tener hijos, si no te quedarás para vestir santos, solterona. O para que eso no suceda, por lo menos tener un hijo para no quedarse sola, ¡como si el papel de las/os hijas/os fuera el de acompañamiento! El derecho a decidir, por ejemplo, a no casarte por circunstancias del destino o el simple hecho de no querer; decidir no ser madre, decidir vivir en pareja del género que tú quieras ¡ah! Porque déjenme decirles que a mis casi 42 años no me he casado, ni he tenido hijos y porque por ahora no me han visto con novio, se dice que seguro soy lesbiana.

Por suerte, porque se alinearon los astros o porque así era mi destino, nos encontramos desde hace 17 años, Marcelina Bautista (quien fundo  CACEH) y yo; con quien participo desde entonces como activista, promotora y defensora de los derechos humanos laborales de las trabajadoras del hogar. En los últimos dos años ella y yo representamos en una Secretaria General Colegiada a las trabajadoras del hogar de SINACTRAHO (Sindicato Nacional de Trabajadoras y Trabajadores del Hogar). También trabajo para una familia en la cual fui colocada a través de CACEH, en donde por primera vez se me reconocen mis derechos laborales y ahora, desde el sindicato, tenemos una relación laboral con un contrato de trabajo donde por escrito se especifican los derechos de mi empleadora y mis derechos y obligaciones como trabajadora.

Aprovechando el espacio, quiero hacerles mis cómplices para el cambio y reconocimiento hacia las trabajadoras del hogar, invitándoles a que si tienen trabajadoras o trabajadores en su hogar firmen un contrato (ya sea para alguien de planta o alguien de entrada por salida) porque como dice el slogan de Hogar Justo Hogar: “El país que queremos comienza en casa”, y también nuestro slogan de la campaña de firma de contratos “Por un trabajo digno por ti, por mí y por todas mis compañeras”.

Gracias.

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Para descargar contrato y más información en: https://www.sinactraho.org.mx/

Trabajo digno: http://www.ilo.org/americas/sala-de-prensa/WCMS_LIM_653_SP/lang–es/index.htm