La organización de la Primera Marcha del Orgullo Homosexual me imprimió una nueva forma de vida, el activismo.
Conocí a las y los más destacados activistas del movimiento. Pintábamos bardas convocando a la manifestación, repartíamos volantes hechos en rudimentarios esténciles; nos subíamos al transporte público a botear e invitar a tan insólita movilización con lo que dejábamos incrédulas expresiones en los rostros de los pasajeros.
Quiero contarles cómo fue la Primera Marcha del Orgullo Homosexual en la Ciudad de México.
Corría el año de 1979, último sábado de junio, a las 4:00 de la tarde. Después del desarrollo de todo el trabajo previo, entre propaganda y reuniones preparatorias, yo me esperaba una gran asistencia a la marcha. Estábamos listas.
Teníamos una gran manta que se encontraba enrollada junto con cartulinas, mensajes y banderas con el triángulo rosa, labris, folletos. Sosteníamos todo eso mientras esperábamos nerviosas/os a que se juntara la gente, pero según avanzaban los minutos, apenas si éramos un puñado de activistas ahí parados. Ni siquiera sumábamos el total de los que habían participado en las discusiones preparatorias, en donde sí, todo mundo había hecho gala de discursos, unos elocuentes, otros radicales, otros carentes de contenido, algunos incluyentes. ¡Ni siquiera estos camaradas llegaban!
Bueno, pero ahí estábamos algunas decenas de activistas; mujeres lesbianas, transexuales, los homosexuales, y por supuesto, ya entonces y para siempre, desde las aceras y los camellones, tras los autos estacionados, detrás de sus cámaras fotográficas, los “closeteros” o “banqueteros”.
Y llegó el momento. Ya pasaba de las 4:00 de la tarde y teníamos que empezar la movilización. Así que tomamos aire y procedimos a extender las mantas en el suelo para colocarles los palos y poder izarlas. En ese momento, de la nada, apareció un ejército de fotógrafos y camarógrafos que, literalmente, nos acribilló a flashazos, a todas nos regresó el alma al cuerpo y también la sonrisa: los medios de comunicación sí estaban atentos a aquel acontecimiento que marcaba el inicio de un “Movimiento de Liberación Sexual”.
De modo que levantamos banderas que, cual velas de Corsario, lanzaron sus primeras consignas, convirtiéndolas en balas de cañón, y derribaron para siempre el muro de silencio que se alzaba sobre nuestras existencias: No hay libertad política si no hay Libertad Sexual. Nadie será Libre hasta que Todxs seamos Libres. Alto a las razias, las calles también son nuestras. Liberación homosexual, Lesbianas presentes y activas y combatientes. Y venga y venga compañera que aquí se está formando para Ti una vida nueva.
Habíamos avanzado una cuadra por Reforma cuando se sumaron más personas al contingente, hasta sumar una centena.
No nos importó que la policía desviara el curso planeado de la marcha de llegar al Hemiciclo a Juárez, cuando ésta desvió el contingente hacia el Monumento a la Revolución. Intentando ocultarnos.
De ahí hasta ahora el júbilo y la luz afloraron. Salimos del oscuro túnel para empezar una nueva historia, la nuestra.
La lucha apenas empezaba y ésta había sido la primera batalla.
Así empezó todo. Llenando un formulario. Hola, soy Mariana. Mi ocupación realmente es ser mamá, feliz ama de casa y actriz. Hace unos años hubiera dicho: Hola, soy Mariana y soy actriz. Las cosas han cambiado. Mucho. Y sí , para bien . A veces se pone punk , pero la vamos librando.
Los cuarentas. Llenos de preguntas sin respuesta, de hubieras no alcanzados. De huecos no llenados, de arrugas que aceptar. Hace 20 años yo no me veía así como soy ahora. Hace 20 años ganaba más dinero de lo que gano hoy. Hace 20 años pensaba que a mi edad ya iba a tener una casa propia, una estabilidad económica y un lugar estable en mi profesión. Hace 20 años hacía televisión. Telenovelas donde las rubias, las güeras, éramos un crack. Hace 20 años parecía que mi futuro profesional iba a ser distinto.
Hace 20 años tenía un novio tras otro y sufría de amores, nunca satisfecha, con amantes y amoríos por doquier. Hace 20 años no había encontrado a mi compañero de vida. Hace 20 años no tenía a mis hijas hermosas , motor de mis días. Hace 20 años pensaba que a los 43 ya iba a ser toda una señora. Y lo soy, pero mi alma sigue de 25. Hace 20 años… parece que era mejor, pero creo que no.
Cada decisión lleva implícita una renuncia.
Hace 15 años decidí dejar de lado la televisión y hacer teatro. Vivir del Teatro. No irme a vivir a Miami con un contrato en dólares para hacer tres telenovelas con Telemundo. No.
Quedarme en México y hacer una obra de teatro interesante, de un dramaturgo argentino, con un director que admiro, en un teatro del Centro Cultural del Bosque, pagada por tabulador del INBA.
Y ahí decidí y renuncié.
La obra fue un éxito. Aprendí un montón, la pasé increíble y mi familia teatral creció en número, amor y admiración. No me arrepiento. De lo que sí me arrepiento es de no haber ahorrado en el momento en que hacía telenovelas. Ganaba tan bien y todo me lo gasté. TODO. En viajes, en mantener a uno que otro muchacho. En regalos… para ellos, casi siempre. Uff. En fin. Así fue…
Pasaron los años y la televisión ya no quiso a las rubias. Pero la verdad no me importó pues estaba muy a gusto haciendo teatro. Teatro escolar en las mañanas. Temporada los lunes en la cafetería del Helénico con un monólogo de una novia que se escapa de su boda. Amaba hacerlo. Temporada con otra obra de jueves a viernes en el Benito Juárez.
Y, porqué no, una nochecita cabaretera en El Vicio.
Prácticamente vivía en los teatros. De 8 a 10 funciones a la semana. Si sumamos los ensayos de proyectos próximos, pasaba más tiempo en ficción que en la realidad. Y mi realidad era que no me alcanzaba para pagar mi renta. Tenía deuda en el banco. Pedía prestado para vivir. Y empezaba una relación con el que ahora es padre de mis hijas. Y hacía Teatro.
Las veces que quise regresar a la televisión me cerraban las puertas. – Ahora las historias que se cuentan en nuestro país son las historias de los morenos, de los prietos, de los rurales . Y ahí no hay güeros. Me decían. Me siguen diciendo. – Gracias por participar.
Pero soy mexicana . Güera de la Mixcoac. – Así las cosas … No güeros, plis.
Decido aplicar a la Compañía Nacional de Teatro. Gran decisión. Gran renuncia.
Decisión: formar parte de un elenco estable. Con una mística de trabajo. Un proyecto social, de comunidad. Trabajar en lo que más me gusta hacer en la vida. Y becada. Un paraíso para el actor.
Renuncia: a una carrera personal. Un nombre en el ambiente artístico. Un lugar “exitoso” dentro del gremio. Un lugar en el cine o en la televisión. En fin, ser “famosa”. Seis años en la CNT. Seis años increíbles. Seis años donde sí pude hacer una película (en la que, por cierto, me pintaron el pelo). Me veo bien con pelo obscuro. Pero soy güera. Me nominaron a un Ariel, no me lo gané. Pero estoy segura que si Lisa Owen no hubiera estado en mi terna, modestia aparte, era mío. Quizá si hubiera sido rubia amarilla como soy no me hubieran ni nominado. Nunca lo sabré. “No Quiero Dormir Sola”, se llama la película. Sí, me gustó. Lo hice bien. Pero confieso que me gusta más el teatro.
En esos seis años nació mi hija María. Nació llena de gracia. Mi luz. Mi alegría. Mis lágrimas. Mi motor. Hace seis años estaba embarazada de María, la felicidad. Haciendo teatro. Una obra bellísima. El Círculo de Cal. Grusha… se fue a las montañas. Cantaba. Reía. Bordaba. Llena de ilusión. A los 42 años me volví a embarazar. Después de intentar casi año y medio y no lograrlo. Después de renunciar a la Compañía Nacional de Teatro y decidir irme a vivir a Colombia con mi familia un año. Seguir los pasos de mi pareja. Darme un tiempo para ser mamá y esposa. “Deja de actuar un año, no pasa nada”, pensé. Sí pasó. Extrañé el teatro horrible. Me dio crisis de la edad. De pronto me sentí vieja, poco talentosa, pasada de moda. Gorda. Y man-te-ni-da. Sin independencia e-co-nó-mi-ca. Uff…! Todo un tema. A la lejanía y todo nuevo no lo sentía tanto. Mi estancia en Colombia fue maravillosa y no me arrepiento. Conocí lugares bellísimos. Hice amistades hermosas y para siempre. Vi unos cielos y unas estrellas. Tocas las nubes. Comí los mejores plátanos y papayas del mundo. Bailé, bebí, viajé. En fin, una gozadera bacana. Pero regresar a mi cotidianidad a la Ciudad de México y no tener trabajo, ni ganar dinero y estar embarazada fue difícil. Sentí culpa. ¿Un embarazo tan deseado y no estar feliz? Y llegó así el momento en que solté. En el momento en que dije “Ya fue”. No voy a poder embarazarme otra vez . Suelta. Vende todo lo de bebé. Regala tu ropa de embarazo. Ponte a hacer ejercicio. Tómate unas fotos nuevas. Busca un agente. Vuelve a chambear. ¡¡¡Pum!!! Predictor: Positivo. Día siguiente: Temblor 19-S-2017 Y literal, temblor en mi vida. La tierra se movió y todos mis sentimientos también. Embarazada a los 41. Sin trabajo. Sin ahorros. Con una hija y un esposo maravilloso.
SEGUNDA PARTE
Aceptar que estoy embarazada. Aceptar que la tierra se mueve. Por el temblor perdí dos trabajos. Los teatros se dañaron. Aceptar que por estar embarazada perdí tres trabajos, pues la vida es redonda. Aceptar que ser actriz rubia y embarazada en este país significa desaparecer. Nadie te va a contratar.Nadie. ¿Qué hacer? Levanta un proyecto. Da un taller. Vende alguna cosa. No tengo ganas. ¡Quiero actuar o dormir! Soy pésima para trabajar sola. No tengo la capacidad para dar un taller. Soy pésima para vender. Sí, me deprimí, solo quería dormir, llorar. Así las primeras semanas. Así los primeros meses. Y súmale el malestar físico de los primeros meses de embarazo. Y la ciudad y la gente devastada, en ruinas. Miedo. Alarmas y ansiedad. Escuchaba la alarma en todas partes. Me mantuvo de pie y de buenas mi hija y la luz de sus ojos, y una obra de teatro que tuve la fortuna de que no me dijeran que mejor no por mi embarazo. Bendito y solidario Martín. Ensayos. Estreno. Funciones, solo 12. Doce días duró mi felicidad escénica. Doce días bastaron para darme cuenta que la felicidad cabe en un camerino. En los ojos de mi compañero. En ordenar mi utilería. En sentir nervios en la tercera llamada. En resolver la nota que dio el director el día anterior y también en hacer un desayuno nutritivo para mi hija de casi cinco años. 12 días. Durante ese proceso de ensayos y de funciones tuve varias crisis.
La primera. Semana 11 de embarazo. Primer estudio estructural y genético del feto. Marcadores que le llaman. Primero, ¿cuál hacerse? Puta, pinche decisión. Decidimos por hacernos el ultrasonido estructural y los marcadores de sangre. Día del ultrasonido. Nervios. Me acompañó mi papá. Todo bien. Aaaah… livio. A los tres días, una mañana cualquiera, haciendo el desayuno. Segunda crisis. Así casual. Le pregunto a mi esposo. Él es productor y director de una serie de televisión. Amor, ¿porqué no me quedé en tu serie? ¿Viste mi casting? ¿Estuvo mal? Tensión… Como un tlacoyo sin ganas. No hay respuesta… Contesta. Estás muy güera. El protagonista es rubio y no quieren a dos güeros en pantalla. …. … … … AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAzote. Gritos. Llanto. Frustración. Dije cosas horribles. Que por su culpa no tenía trabajo. Que haber dejado la Compañía y haberme ido a Colombia había sido un error. En fin, demonio dolido. Salían de mi boca palabras horribles. Actriz con ego en el suelo. Él, callado. Con su mirada profunda y empática que lo caracteriza. Virtud de mi marido, su prudencia y su temple. Me dejó gritar, llorar y sólo me dijo: – Sí, amor, ha estado rudo, te entiendo. Pensé yo también que iba a ser más fácil para ti. No está en mis manos. Paciencia. No dudes de tu capacidad. Eres muy talentosa. Ya llegará. Me abrazó. Y se fue a trabajar. Mientras lavaba los trastes me fui calmando poco a poco , viendo correr el agua entre platos sucios del desayuno y lágrimas escurridas de impotencia.
A las pocas horas recibo una llamada. El mismo día de mi rabieta mañanera. Con los ojos todavía dolidos de tanto llanto. Era la doctora. Mi ginecóloga. Alexandra. Colombiana. Ruda. Clara. Contundente. Realista. Mariana tus marcadores de sangre salieron altos en Síndrome de Down. Recomendamos hacer otro estudio más específico (cromosómico) para salir de dudas. Luego este estudio, el que ya me había realizado, por la edad, suele lanzar falsos positivos. Ven mañana a que te saquen sangre. Se tiene que mandar a EUA y tenemos los resultados en tres semanas. Son 18 mil pesos.
Mi cabeza se paralizó por un instante. Estaba sola en casa con mi hija. Colgué el teléfono y el llanto volvió para no irse en un buen rato. Mi hija reaccionó tan solidaria. Me abrazaba y me decía que ya no llorara, que me quería y que todo iba a estar bien. No pude comer. No podía pensar. Le llamé a mi mamá. A mi marido. Me escucharon tan mal que dejaron sus cosas y fueron a la casa a verme. Estaba deshecha. Me sentía la mujer más frágil y vulnerable del mundo. Con culpa. Con miedo. Culpa y miedo juntos. Horror. Es el infierno, es oscuridad. No veía la luz. Todo lo que me decían para tranquilizarme no me reconfortaba. Solo lloraba. Lloraba. Lloré hasta quedarme dormida.
Al día siguiente fui a sacarme sangre. Esta vez fui sola. Y respiré profundo y dije: ¿Qué puedo hacer? Nada. Solo esperar. Respirar y esperar. Soy fatalista, obvio pensaba lo peor. Y la decisión de pareja fue abortar si el resultado salía positivo. Decisión sumamente difícil después de casi 14 semanas de embarazo. Ahí me di cuenta de mi vanidad. De mi ego infinito. De mi solo pensar en mí. Estoy generando vida. Que si tengo trabajo, que si no tengo. Que si quieren trabajar conmigo o no quieren. Realmente no es importante. Lo importante es que voy a dar vida de nuevo y deseo con todo mi corazón que todo venga bien. Así durante tres semanas. Tres semanas de espera. Días con la absoluta seguridad de que todo estaba bien y otros con un miedo y angustia horribles ante la incertidumbre. En fin. Así pasó.
Durante esas semanas hice varios castings. Como cinco. En ninguno me quedé. Un call back , en Casa Azul. Roma norte. Saliendo del call back , donde realmente salí contenta de mi trabajo. (No me quedé, por cierto, pero tuvieron la amabilidad de llamarme para decírmelo).
Una llamada. Estaba manejando por la calle de Mérida. Era del consultorio. Mis resultados estaban listos. – Espérenme tantito a que me estacione. Me estacioné en la calle de Tabasco. Salí del coche y esperé que me comunicaran con mi doctora. Mariana. Tus estudios salieron perfectos. Tu bebé está perfecta. Todos los pares cromosómicos salieron bien. ¿Quieres saber el sexo? -Sí. Es niña. Empecé a llorar de la emoción. Agradecí. Colgué el teléfono y me di cuenta que estaba caminando justo enfrente de lo que era casa de mi abuela paterna. La recordé. Le dije: -Tita, mi niña viene bien. Tita, como me gustaría tocar el timbre y que me abrieras la puerta y abrazarte y llorar de alegría contigo. Tita, alguna vez quise comprar esta casa. Pensé que lo lograría. No fue así. Tita, te extraño. Tita.
Todo eso pasó por mi cabeza.
Inmediatamente después comenzaron las llamadas. A mi esposo. Lloramos de nuevo. Él me dijo: ¿ves? Lo sabía. Sabía que todo estaba bien. Solo querían 18 mil pesos. Mi mamá, mi papá, mi hermana. Fuimos a festejar. Comimos en Cluny con mis papás. Clericot de mi juventud. Los abracé y lloré de nuevo. De alegría.
Ahora ya todo eso ha pasado. Ahora solo veo como poco a poco soy más plena. Tuve un parto difícil, pero aquí estamos. Elena preciosa, ya casi de un año. Soy feliz algunos días. Y desdichada otros. Voy al teatro y disfruto de verlo y me azoto mucho cuando no lo estoy haciendo. Trabajar, hacer teatro es mi revolución. De nuevo caigo. Me frustro. Lloro. Río. Canto. Hago camas. Lavo platos. 5:30 AM, ¡despierta! Desayuno, escuela, ensayo y así… la vida. Termino temporada y a la gente le gusta la obra. Mucho. Les gusta mi trabajo. Me inflo de nuevo. Me siento bien. Muchas veces sin dinero. Otras tantas con. Me lo gasto. Siempre me lo gasto. Sigo sin ahorrar. En fin. La vida.
Con dos hijas. Con un esposo. Con un perro. Con sueños. Ahora me voy a mudar. Adiós a una casa preciosa. Adiós. Adiós. Se vienen cambios. Y aquí estaré para recibirlos.
PACIENCIA es la lección.
Mi ritual de fin de año es sacar una carta al azar. Una carta de un mazo de animales que tengo. Y esa carta representa al animal que guiará tu camino durante el año. La carta que me salió fue la hormiga. Inmediatamente pensé: A huevo, mucho trabajo. Hormiguita trabajadora. ¿Y saben qué? Nop. Hormiguita, hormiguita que trabajas la paciencia. Hojita por hojita. Paso a pasito.
A partir del #MeToo que las actrices norteamericanas colocaron en la entrega del Oscar para denunciar el hostigamiento sexual que han vivido para acceder a un trabajo, aunado a la denuncia por discriminación salarial, ellas pusieron en su país dos temas fundamentales que las mujeres vivimos en el mundo del trabajo.
Esto abrió un gran debate en los medios de comunicación y entre las mujeres, con respuestas diferenciadas dependiendo del país y la sociedad en la que estamos inmersas. Mientras en Estados Unidos los denunciados por acosadores sexuales con nombres y apellidos fueron inmediatamente despedidos, en nuestro país el #MeTooMx tuvo una respuesta contraria, la ofensiva de los medios y el debate fue poco esclarecedor de lo que se vive en el mundo el trabajo.
Todos y todas -periodistas, intelectuales y otras personas del medio de la cultura y las artes- reconocían el valor de las denunciantes; sin embargo, seguía el “pero”, y, tras de ello y de manera soslayada se levantaba una campaña de desprestigio y de revictimización de las denunciantes.
Pocos preguntaron, en entrevistas y artículos, cómo se organizaron, qué las animo a tomar una decisión de esta magnitud, se prepararon para responder una envestida de medios, qué medidas tomaron para proteger a las víctimas. La decisión de un músico de gran prestigio de suicidarse al encontrarse entre los denunciados fue el colofón de una situación personal. Esta decisión fue tomada como la punta de lanza para el desprestigio al movimiento por su determinación de poner un alto a la violencia laboral y sexual.
El #MeTooMx significa un paso más de las mujeres democráticas y feministas de romper con los estereotipos y prejuicios machistas en el ámbito del trabajo, de poner un alto a la utilización del cuerpo de las mujeres para obtener un trabajo en la contratación, capacitación y permanencia, de hacer efectivo lo estipulado en el artículo 3 de la Ley Federal del Trabajo que dice: “El trabajo es un derecho y un deber sociales. No es artículo de comercio, exige respeto para las libertades y dignidad de quien lo presta y debe efectuarse en condiciones que aseguren la vida, la salud y un nivel económico decoroso para el trabajador y su familia, hay otros artículos que prohíben estas prácticas y que se sustentan en las normas internacional en esta materia ratificadas por el gobierno mexicano”.
Cabe recordar que hay organizaciones de trabajadoras sindicalizadas y de feministas que llevamos décadas realizando campañas para sensibilizar a funcionarios, patrones y sindicatos con el objetivo de erradicar la violencia laboral y sexual en las relaciones de trabajo, la necesidad de reconocer prácticas que atentan contra la dignidad de las trabajadoras y menoscaban otros derechos como el de la privacidad.
Ha sido la Ciudad de México la que ha dado los primeros pasos para colocar el tema de las violencias. En el primer gobierno electo en la ciudad, con el Ing. Cárdenas, la Subsecretaría de Trabajo y Previsión Social firmó el primer convenio con la Red de Mujeres Sindicalistas para impulsar la campaña contra el hostigamiento sexual que se denomino “Por un ambiente de trabajo sano y libre de hostigamiento sexual” y se creó la primera Subprocuraduría de Atención a la Trabajadora para que se atendieran de manera especializada las quejas por discriminación y hostigamiento sexual.
Se empezaba a construir la metodología para atender estos casos. De manera progresiva se ha ido avanzando, hoy muchas instituciones académicas, públicas y privadas han elaborado los protocolos para la prevención, erradicación y sanción contra la violencia laboral y sexual. La Suprema Corte de Justicia de la Nación emitió un documento llamado “Juzgar con perspectiva de género” convocando a todos y todas las impartidoras de justicia a asumir esta perspectiva para lograr una efectiva justicia para las mujeres.
Pareciera que, a pesar de estos avances, las denuncias de las trabajadoras de los medios y las artes enfrentaran una respuesta de doble moral: “¿Tienen razón, pero cómo acusar a los hombres sin pruebas?”, “Pero si ella mantuvo una relación afectiva”, “¡Pero utilizaron un lenguaje denostador, cómo se atreven!”
El mundo ha avanzado por las atrevidas, por las que a pesar del miedo no se paralizan y defienden su dicho. El Foro #MeTooMx realizado el 11 de abril en la CDHDF convocado por las organizadoras del #MeTooMx y mujeres ponentes expertas en la defensa de los derechos de las mujeres en los distintos ámbitos, así como el acuerdo final de lanzar una declaratoria emplazando a las autoridades de diferentes niveles a dar una respuesta son los primeros pasos para exigir a las autoridades impulsar una política pública que detenga y cambie una cultura machista violenta.
El silencio de las autoridades fue muy elocuente. Ser omisos es la actitud que desafortunadamente siempre asumen ante la violencia que vivimos las mujeres.
La respuesta que den las autoridades ante el emplazamiento del #MeTooMx dará la pauta para las medidas a seguir, el apoyo de un gran número de mujeres debe continuar, las mujeres denunciantes de los medios y de las artes se están enfrentando a grandes poderes económicos y políticos, no deben ni pueden seguir solas, se necesita de las redes de acompañamiento en todas las medidas que se vayan a tomar ya sean jurídicas, de movilizaciones o debates.
Estamos en 1 de mayo, donde miles de mujeres participamos cada vez más con nuestras propias demandas: trabajos dignos, reducción de la brecha salarial, acabar con la discriminación, la violencia laboral y el hostigamiento sexual.
Portemos una manta en apoyo al #MeTooMx, somos todas.
Hago una pregunta y la dejo a la reflexión, ¿las periodistas y las actrices se asumen como trabajadoras? Luchar contra la violencia es un paso para lograr otros derechos humanos y dignificar nuestro trabajo.
Las señales están ahí, ocultas a simple vista. Hechos aislados, memoria almacenada en fragmentos que no parecen tener relación entre sí; a veces, lo único que hace falta es dar un paso para atrás y unir los puntos para descifrar lo que de algún modo ya sospechábamos.
II
Después de su descenso al inframundo, la voz poética de Orfeo se vuelve profética. Profética no en el sentido de que pueda adivinar los números de la lotería, sino de que enuncia las verdades más profundas del ser humano. Una voz atemporal, capaz de cambiar el curso de los ríos y conmover hasta a las mismas rocas.
III
Hace 10 años tuve un desequilibrio hormonal muy fuerte. Amanecer un día y descubrir que compartes cuerpo con un monstruo químico. Fui al ginecólogo y le conté mi problema. Tomar al toro por los cuernos, dar el paso lógico. No me pareció que esto fuera un problema, sólo tenía que referirle lo que estaba sintiendo y él, con toda su sabiduría, me indicaría el tratamiento a seguir. No me mandó a hacerme ningún estudio, únicamente me recetó otras pastillas. Anticonceptivos. El monstruo siguió creciendo, decidí cambiar de médico pero una vez más pasó lo mismo.
Más anticonceptivos.
Después de un tiempo y de muchas dudas, volví a cambiar de ginecólogo. Volvió a pasar lo mismo. Me hice un perfil hormonal, me recetó otras pastillas. Sí, anticonceptivos. Durante meses estuve en una realidad paralela en la que parecía que, por más que yo intentaba comunicar lo que estaba sintiendo de la manera más racional y objetiva posible, ningún doctor me entendía. Era como si hubiera entre nosotros una barrera invisible que distorsionaba mis palabras. Y sí, llegué a cuestionarme si no estaría loca, pero -en el fondo- estaba esa certeza de que esta bomba química, hormonal, que no me dejaba ni un momento en paz, no era yo.
Algo estaba mal con mi cuerpo.
IV
A diferencia de lo que se cree comúnmente, el canto de las sirenas apela a algo que va más allá del deseo sexual: “Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que se van todos después de recrearse con ella y aprender mucho; pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra”, cantan las sirenas de la Odisea.
Ven Odiseo, para que te hable de ti y de lo que hiciste en Ilion. Tú, que como dice acertadamente la traducción de Emily Wilson de la Odisea, eres un hombre complicado; ven y aprende, tú que eres tu propio caballo de Troya, Ulises Leopold Bloom, tú que rondas perdido por las calles de Dublín-Ciudad de México-Tijuana-Ítaca-vete tú a saber.
El canto de las sirenas es la promesa de que finalmente podremos aprehender esa faceta de la realidad que se encuentra más allá de nuestro alcance.
Sumergirse y perderse en el cosmos, nada más y nada menos.
V
Como plantea Marta Sanz, no hay nada más complejo que comunicar a otros el dolor que sentimos: “Referir un dolor. Sentirlo. La posibilidad de que el dolor se apacigüe -o se agigante- si se cuenta. No saberlo explicar. Dudar decir lo que no se puede explicar de verdad existe. Experimentar la impotencia cuando se está en posesión de un gran capital de palabras que no te sirven para nada. Descender de golpe doscientos puestos en el escalafón.”
En su libro Clavícula, Marta Sanzhabla sobre La angustia, el caos, los malentendidos que surgen cuando la invade un dolor crónico, inidentificable, al que bautiza como la garrapata. Retoma las anécdotas de amigas suyas que se han visto en el mismo dilema que ella: aunque los médicos les dicen que todo está en orden, ellas saben que algo no está funcionando como debe con sus cuerpos. Fibromialgia, un fragmento de gasa que se pudre en una herida, las “enfermas imaginarias“ que al final del día resultan tener razón.
Es el sistema el que falla:
“Sin darnos cuenta, nos resistimos al neoliberalismo somatizándolo y nuestras somatizaciones se transforman en un interesado misterio de la ciencia.”
VI
Toqué fondo cuando el tercer o cuarto médico me sugirió que la única forma de remediar mi desequilibrio era embarazándome. Sí, debí sospechar que ese es el tipo de consejos que da alguien con un crucifijo en su consultorio. En mi defensa, debo decir que ya a estás alturas estaba desesperada. El punto es que ahí fue donde me di cuenta cuál era el verdadero problema: mientras que yo intentaba explicarles a detalle lo que me estaba sucediendo, ellos lo único que escuchaban era “mujer soltera, sexualmente activa, cambiar anticonceptivos”.
Por más que hablaba, ninguno de ellos me creía.
Histeria, el útero que se desplaza por el cuerpo.
Caí en cuenta de que, para ellos, mi voz no tenía poder y eso me llevó a cuestionarme en qué otros momentos de mi vida, en qué otros espacios me estaba sucediendo lo mismo.
VII
En su ensayo La voz pública de las mujeres, Mary Beard dice que, en la tradición europea occidental, las mujeres han sido silenciadas desde el momento en el que Telémaco interrumpe a Penélope y le ordena que regrese a su cuarto. La voz femenina es relegada al ámbito de lo doméstico, fuera de éste, se considera monstruosa, antinatural. La única manera en la que parece aceptable que una mujer hable en público, es cuando lo hace en nombre de su padre, esposo o hijo.
O de los dioses, claro.
VIII
En Su cuerpo dejarán*, Alejandra Eme Vázquez describe cómo averiguó que su abuela era ventrílocua: hacía pasar su voz por la de otros para poder ser tomada en cuenta. Mi abuela materna también lo hacía y, hasta cierto punto, sospecho que yo también he recurrido al truco de impostar la voz en algún momento. Y no sólo durante mi odisea médica, sino también cuando empezaba escribir y me tocó escuchar o leer críticas que elogiaban a una autora porque sus obras no parecían haber sido escritas “por una mujer”.
IX
Casandra, hija de Príamo y Hecuba, tiene el don de la clarividencia. Sin embargo, cuando rechaza a Apolo -dios patrono del oráculo de Delfos- éste la maldice: la princesa de Troya podrá conocer el futuro pero nadie creerá en sus palabras. A diferencia de Penélope, Casandra es silenciada no porque no pueda continuar hablando en público, sino porque su voz pierde poder y se funde con la de las demás troyanas; la clarividente suplica en vano a su padre y a los demás hombres que inmolen el caballo que aguarda ominoso al otro lado de la muralla.
X
Deprimida, premenopáusica, histérica, paciente conflictiva, estresada, exagerada… Recibí todo tipo de diagnósticos. Al final, cuando me dijeron que debía ir con un psiquiatra, fui con uno que me recomendó una amiga. Después de escucharme, realmente escucharme, él me mandó a hacer varios estudios y me remitió con una ginecóloga que por fin me dio el tratamiento adecuado. En tres meses, se esfumó el monstruo químico y volví a ser yo.
Además del alivio físico, sentí la satisfacción de haber comprobado que había estado en lo correcto. No por una cuestión de ego, sino por la necesidad de reivindicar mi voz y mi derecho a hablar sobre mi propio cuerpo. Parecería obvio, pero no lo es: en una sociedad en la que todavía hay muchos sectores que no reconocen que somos dueñas de nuestro cuerpo, no se considera que las mujeres tengamos la autoridad suficiente para hablar de lo que nos sucede. Adictas al dolor, neuróticas, “señoritas burguesas” (como diría Nietzsche), enfermas imaginarias, niñas eternas cuyas voces no pasan de ser un balbuceo sin sentido.
“Es una excelente sugerencia, señorita Triggs. Tal vez uno de los hombres presentes quiera hacerla,” enuncia la caricatura de Punch que Mary Beard cita en su ensayo.
(También a mí me gustaría prestarle unos pasadores.)
XI
La voz de otra, de otro, es la que nos complementa y nos permite tomar la distancia suficiente para encontrar la relación entre puntos aislados y descifrar hacia donde nos dirigimos. En retrospectiva, todas las personas podemos leer el futuro hasta cierto punto, las señales de alarma están ahí. El problema es que preferimos creer que no son ciertas. Nos rehusamos a reconocer aquellas verdades que nos incomodan. Escuchar a otra persona referir su dolor, no es fácil. Siempre va a ser más fácil asumir una postura de superioridad ante quien se muestra vulnerable. Pero es nuestro delirio de omnipotencia, esta sordera selectiva que niega la otredad, lo que nos condena al eterno retorno; a la compulsión, a la repetición.
La pregunta que necesitamos hacernos es: ¿cuántas veces más dejaremos arder Troya antes de hacerle caso a Casandra?
Soy Mare Advertencia Lirika, rapera zapoteca, migrante y feminista. Como rapera, mi oficio es la palabra. Me dedico al Rap desde hace más de quince años y en este largo recorrido he tenido que aprender a lidiar con un sinfín de dificultades, entre ellas, la de verme cuestionada por hacer uso de mi voz, con lo irónico que pueda parecer (por lo menos a mí me lo parece).
En mi primer viaje al sur del continente, específicamente en mi visita a Chile, descubrí que mi voz es fuerte, no en un sentido positivo, más bien de una manera incómoda y cuestionable; lo supe por un miembro de la organización con la que estuve colaborando durante un tiempo, quien se percató que el volumen de mi voz “intimidaba a los compañeros”. Fue una sorpresa que esta crítica fuera tan necesaria para él y, obviamente, me descolocó totalmente en ese contexto. Ya movida por esta experiencia -y porque soy muy mala quedándome quieta- comencé un proceso de análisis personal que después he puesto en discusión colectiva sobre la construcción social en torno a la voz. Es decir, en la sociedad el uso de la voz / la palabra está ligada a muchas intersecciones de privilegio y opresión, algunas de las cuales trataré de explicar desde lo que he podido observar, desde mi experiencia.
En la parte técnica y para explicarles mejor mis observaciones, les comparto que de acuerdo al diccionario que me encontré en casa, el significado de “voz” es la vibración que se provoca en las cuerdas vocales por el paso del aire. Tenemos entonces tres elementos que considerar para que exista la voz: las cuerdas vocales, el aire y la vibración. Claro que existen también otras formas de funcionalidad, pero para este texto me centraré en el grueso de la población que tiene desarrollado el habla. Para ello a manera de fórmula podríamos decir que:
Mayor cantidad de aire = mayor volumen de voz O Mayor cantidad de aire = mayor duración de la ejecución de la voz.
En esta ecuación tan sencilla encuentro el primer problema: nuestra capacidad de respiración. Sin problematizar las condiciones ambientales, porque en este texto no es el punto central, me reduzco a preguntar si alguna vez se han cuestionado si respiramos correctamente, pensando desde la parte física. Lo pregunto porque en algún momento yo misma no lo sabía. Cuando tomé clases de canto hace ya unos años me topé con la sorpresa que no estaba ocupando toda mi capacidad pulmonar. Lo supe al realizar ciertos ejercicios que después me ayudaron a corregirla. En mi personal análisis descubrí dos factores que originan el problema: el primero son las posturas antinaturales que hemos adoptado, responsabilizo a la educación militarizada en la escuela de modificar nuestras corporalidad, haciendo deficiente nuestra respiración; y en segundo lugar pongo a la industria estética y la presión social sobre los cuerpos socializados como femeninos, ya que siempre se nos ha dicho “¡mete la panza!” al grado de que inconscientemente creamos tensión en nuestro abdomen durante muchas actividades cotidianas, lo que provoca que no utilicemos nuestra capacidad natural para emitir la voz. Fuera de las implicaciones físicas que marcan nuestra forma y volumen al hablar, las intersecciones de raza, clase, sexo, género y otras también determinan el espacio que ocupa nuestra voz.
En historia personal, mi abuela, hablante de zapoteco como primera lengua, habló solo esta lengua hasta ya avanzada edad, pero la migración que vivieron al Estado de México le obligó a utilizar en mayor medida el castellano y dejar de hablar en público su lengua madre, aunque fuera con la que se sintiera más cómoda de expresarse.
La discriminación por no hablar “correctamente” la lengua predominante obliga al silencio de muchas maneras. Las lenguas mueren en ese proceso. Así, en mi familia, mi generación quedo sin la herencia de la lengua y aunque yo intento recuperarla, el primer proceso para lograrlo fue ayudar a sanar esa violencia heredada. Recuerdo a mi abuela, cuando recién le pedí me enseñara su lengua, cuestionándome para qué quería aprender zapoteco si “sonaba feo”, “si eso no me iba a servir de nada”. Lamento que ella haya pasado por esa situación, una historia común entre la oralidad de nuestros pueblos, la discriminación, el racismo que nos niega la posibilidad de existir en esta diversidad cultural. Recuperar la lengua se ha vuelto una meta personal pero me ha implicado muchos retos alrededor, principalmente tener que romper con mis propios prejuicios ya que hablar otra lengua implica pensar bajo otra lógica, otro contexto, otra cosmovisión, desde otro entendimiento del mundo y cuando esos aspectos se niegan por la cultura hegemónica, el trabajo no es solo aprender la sintaxis o fonética de la propia lengua, sino desaprender todo lo demás.
El reivindicarme zapoteca como parte de mi identidad me ha abierto las puertas a estos otros entendimientos, a un mundo lleno de resistencias de los pueblos, la resistencia ante la muerte, ante el olvido. Es sabido que Oaxaca tiene mucha presencia de culturas, pero ver otros territorios, conocer otras experiencias, encontrar alianzas con otros pueblos, para mí ha sido un crecimiento enorme, una responsabilidad mucho mayor a la hora de ejercer la palabra. Porque además la violencia en contra de nuestra identidad está presente en la historia de cada pueblo que he conocido, mostrándose a través de la pérdida de identidad por la urbanización del contexto, el desplazamiento forzado por términos económicos o de conflictos, la discriminación presente, la castellanización y mestizaje a través de la educación y la asimilación al contexto urbano. En esos conflictos pasamos del silencio a la voz incómoda, las voces menos privilegiadas no tienen derecho a ser escuchadas; así, las demandas por los conflictos agrarios, las movilizaciones contra los megaproyectos y muchas otras manifestaciones de inconformidad de los pueblos originarios se toman como casos aislados, se interpretan como grupos minoritarios que no representan una población importante, porque realmente para el Estado/Nación nunca lo hemos sido.
Un ejemplo claro es lo que pasa en la actualidad en México con las consultas: ¿por qué personas que no recibirán directamente el daño de los megaproyectos se sienten en el derecho de tomar decisiones sobre esto? Y hablo netamente del sentimiento, porque los planes de gobierno ya están establecidos y esta herramienta lo único para lo que sirve es para validar lo que ya se había decidido. Nos enfrentamos además a las peligrosas cuotas de inclusión que muestran una posibilidad de pertenecer, nos dan un espacio en la agenda, nos celebran y muestran una cara amable para las minorías, pero que en el cotidiano nada cambian, continúa la violación de derechos humanos, la marginación, la violencia focalizada y todo esto pasa en el silencio obligado por quienes ejercen el poder. En este punto no quiero profundizar porque sería meternos en otros diálogos amplios que necesitan su propio espacio, solo quería mencionarlo para no quedarme con la espinita, pero seguro en otro momento habremos de dialogarlo.
En esto de ser feminista también encuentro que la voz se puede explicar desde otras relaciones de poder por las intersecciones; así, entendamos a la voz como un constructo social del sexo-género. Todo, desde cómo construimos el discurso, dónde o a quién hablamos, hasta cosas tan sencillas como una risa, se puede explicar desde estas relaciones. Por ejemplo, hace un tiempo en un taller que impartí, una de las participantes de más edad me dijo que era la primera vez que se reía a carcajadas y tantas veces. Contó que desde pequeña le daba miedo reírse porque su abuela le dijo que “las mujeres que se ríen mucho salen embarazadas” y ella creció pensándolo, aun cuando ya estaba casada contó que a su pareja no le agradaba que ella se riera, así que era algo que no hacía mucho o trataba de esconder.
Me saltan una y otra vez frases como “calladita te vez más bonitA” o “las niñAs no hablan groserías”. Desde nuestra infancia se nos otorgan características del habla de acuerdo al sexo biológico. A las mujeres se nos limita, contrario a los cuerpos masculinos que tienen mayor espacio para hablar fuerte, reír, gritar, incluso es vista como un símbolo de masculinidad la voz gruesa e imponente, gritar para establecer la autoridad. De ahí mismo deriva que sientan el poder de interrumpir el habla de una mujer, que impongan sus ideas sobre las nuestras, que consideren incorrectas nuestras opiniones. La palabra del hombre se asume como una voz de autoridad, una característica de liderazgo, mientras que las conversaciones entre las mujeres se reducen a “chismes”, una categoría menor de debatir la realidad, se reduce a ciertos espacios y ciertos temas, ni qué decir del espacio público y las formas de reproducir estas relaciones de poder. Ejemplo claro es el acoso sexual en lugares públicos. El “piropo” tiene como fundamento el hacer escuchar a la mujer lo que el hombre piensa sobre ella, o bien, demostrar ante sus congéneres que es capaz de hacerse escuchar por ella como reafirmación de la propia masculinidad. En este acto no importa la respuesta que puede tener de la mujer, si es bien recibida o no, lo que se busca es el acto en sí mismo de que ella, que el resto, le escuche.
Les cuento que en una ocasión, pasado el mediodía, me encontraba cruzando un puente peatonal pensando en mil cosas, como el resto de la gente; mi propósito en ese espacio era el mero tránsito, llegar de un lugar a otro. Por la falta de cultura peatonal o simple azar, por algunos minutos fui la única atravesando este puente, hasta que en un momento, casi terminando de cruzar, me encontré de frente a un hombre de avanzada edad que a varios metros de mí gritó: “qué guapa”. Yo, que soy cero tolerancia ante el acoso, lo mire fijamente canalizando todo mi odio, cosa que no sirvió de mucho, pues el hombre entre risas y sin detenerse me dijo a manera de burla “pero no te enojes”. Acto seguido le respondí: “¡¿quiere molestar a alguien?!”; como ya dije al principio de este texto, mi voz es fuerte de una manera que los hombres consideran negativa, lo cual para este caso me fascinó. El gesto facial de ese hombre cambió, se hizo serio y volvió a decir, pero esta vez a manera de disculpa, “no te enojes”. Yo, que para ese momento ya estaba bastante molesta, volví a preguntar: “¡¿quiere molestar a alguien?!”, detuve mi paso quedando casi de frente a él, a lo cual su respuesta fue alejarse de mí hacia el otro lado del puente, balbuceó cosas que no comprendí porque esta vez su voz era pequeña, su corporalidad también cambió, caminaba como protegiéndose, quizá pensó que mi respuesta sería física, yo estaba satisfecha por su reacción, no pensaba agredirlo físicamente, pero sí hacerle saber que su acto no era mínimo y que no estaba dispuesta a soportar ninguna violencia.
Este recuerdo me salta porque entre mis reflexiones entendí que la voz es un método de autodefensa. Nos viene integrada desde el nacimiento, se construye a la par del resto de nuestra identidad y al igual que cualquier otra parta de nuestra formación no siempre se realiza de manera consciente. He pensado también que tenemos que hacerla consciente, como cuando un atleta de alto rendimiento se entrena, así mismo hay que entrenar nuestra palabra, para que el silencio nunca más vuelva a ser una obligación, perder el miedo a nuestra voz, aprender a comunicar efectivamente. La voz es otra forma de ocupar el espacio, por eso incómoda, porque “cuando todo el mundo espera que calles, se quejarán de tu voz, no importa que tan bajo hables”. Por eso hay que gritar aún más fuerte y nombrar todo aquello que no quieren, ¡hay que hacer que nos escuchen!
En las redes sociales, circula un video donde un grupo de niños hacen llorar a una niña más pequeña por gritarle “gorda, gorda asquerosa, estás gorda por huevona y tragona”, mientras le avientan comida a la cara. No creo necesario explicarles la cara de dolor, humillación y frustración que tenía la niña. Vi el video por accidente, pero no lo olvidaré a propósito.
No puedo evitar pensar en la vida que le espera a esa pequeña niña después de lo que vivió: crecerá escondida en sí misma, odiando su cuerpo, tendrá pesadillas que la harán despertar agitada y asustada por las noches, establecerá relaciones con el sexo opuesto desde el miedo y el odio, canalizará su venganza contra su propio ser y será infeliz porque sentirá que nunca será suficientemente perfecta o buena o valiosa o digna de ser amada.
Me duele, carajo. Me duele y me indigna porque esa carita triste, esos ojos llenos de lágrimas, esos puños apretados conteniendo las ganas de desaparecer, los he visto muchas veces en muchas mujeres distintas, los he visto incluso en el espejo.
Cómo me hubiera gustado poder abrazarla, defenderla, protegerla de los embistes de este estúpido y superficial mundo que nos revienta a punta de prejuicios. Cómo me hubiera gustado mirarla a los ojos, decirle que no baje la mirada, que no llore, que los imbéciles son los demás que no ven en ella el valor y la belleza que tiene sólo por el hecho de estar viva.
Lo único peor a que te ataquen de esa manera es que la agresión se vuelva viral en las redes sociales y que un montón de gente lo vea una y otra vez, lo comparta, lo comente, lo lamente y finalmente lo deje pasar. Yo no pude ni quise. Redacté un breve mensaje en mi Facebook personal donde criticaba a la gente estúpida y sin criterio que permite y alienta que sucedan estas cosas, y la mayoría de los comentarios que recibí, si bien estaban llenos de cariño y buenos deseos, redundaban en la idea compasiva de “dejarlo pasar”, de “no darles el gusto de dejar que me afectara”, de que “no me enojara porque el que se enoja pierde”… y eso me hizo eco en las venas, en las arterias, ahí donde la sangre no entiende de diplomacias ni de buenas ondas new age.
Me dan vuelta en la cabeza un montón de ideas conciliadoras (o debería decir, más bien, cobardes): ¿fingir que no me importa? ¿Alegrarme de que no conozco a la pequeña víctima? ¿No reaccionar? ¿Castigar a los agresores con el frío látigo de mi desprecio? ¿Hacerle la ley del hielo a la violencia que está viviendo nuestro mundo? ¿Pasar la página y no dejar que eso afecte mi vida? ¿Ser tan egoísta como para cerrar los ojos?… ¡Perdón, pero no me jodan! No actuar me vuelve cómplice de esa hijoeputez. Estoy harta de callarme, de ser fuerte hacia dentro e ignorar lo que pasa alrededor, como si cerrar los ojos hiciera que la realidad desapareciera.
No denunciar un insulto o una agresión porque se tiene la idea de que eso fortalece al victimario es una pendejada que utilizaban nuestros abuelos y que ya no funciona, ¡ya no sirve de nada! ¿Por qué? Porque es justo de ese miedo del que se alimenta la impunidad con la que la gente destruye la vida de otra persona sin el menor reparo.
Nos estamos yendo a la mierda con tanto callar: vivimos en un infierno de silencios y frustraciones acumuladas entre las costillas.
Quizá pedirte que ignores la burla de un compañero de clase parece fácil, sólo son niños y no saben lo que hacen. Quizá pedirte que ignores el insulto de un hombre en la calle parece fácil, sólo es un idiota que no sabe lo que hace. Quizá pedirte que ignores el desprecio de alguien porque no eres perfecta parece fácil, sólo es que el mundo no sabe lo que hace.
Esa sugerencia es como pedirte que dejes que tu marido te ponga un madrazo con tal de no pelear. Dejarte acosar por tu jefe con tal de que no te despida. Dejarte asesinar con tal de no incomodar al cabrón que te está agrediendo.
¡Ya no! ¡Ya no podemos quedarnos calladas esperando que algún milagro haga que los demás se den cuenta del daño que nos hacen y se arrepientan cuando rezan por las noches! ¡Ya no podemos seguir llorando a escondidas por miedo a incomodar a los demás con nuestro dolor!
Dejemos de ir por la vida pidiendo perdón por existir. Dejemos de ir por la vida disfrazándonos de mujeres cabronas cuando en el fondo nos morimos de miedo de gritar que ya estuvo, que ya es suficiente, que ya no aguantamos más los golpes, las humillaciones, las burlas, los prejuicios, las exigencias estéticas, morales, sociales, religiosas, divinas.
¡Ya!…
En este momento grito. Grito hasta quedarme afónica por esa pequeña desconocida víctima de un dolor tan conocido. Grito por ella, por mí y por todas las demás: ¿SABES QUÉ, MUNDO? POR MÍ, ¡PUEDES IRTE A LA MIERDA!
Aquí en Amberes, Bélgica, son las 6:55 de la noche (oscureció desde las 5). En México son 7 horas en “el pasado”. Con un frío de -4 grados Celsius afuera, estoy recostada en un sillón rojo de terciopelo, en un departamento hermoso con adornados techos altos y pisos de duela. La calefacción prendida y yo sin dejar de comer uvas verdes sin semillas. Me miran James Dean y Audrey Hepburn: “¿Qué va a contar esta loca mujer mexicana?”.
Llegué hace 6 días a esta hermosa ciudad europea donde la gente se me queda mirando por mi color de piel y mis rasgos latinos. Se codean unos a otros y se sonríen sin discreción, pensando que no entiendo una palabra de neerlandés. Pero siempre me gustaron los idiomas y cada que voy a un lugar ansío aprender ese idioma para comunicarme con los humanos que allí viven. “Is zij Latina of Spaans?” se dicen entre ellos. Qué sorpresa. Cuánto han cambiado las cosas desde mi secundaria y preparatoria, cuando lo que cuchicheaban tenía que ver no con mi nacionalidad, sino con mi sexualidad.
El presente es mucho más dulce.
En septiembre del año pasado, un hombre muy guapo escribió a mi página de Facebook y a mi correo electrónico. Me dijo pertenecer a una empresa europea de castings y estarme buscando para hacer una audición para un papel en una película que filmarían en Bélgica. Estaba sorprendida, sin duda alguna. ¿Han sentido alguna vez esa energía dentro de ustedes que las empuja a querer decir que sí y lanzarse al ruedo sobre su caballo de batalla cual Amazona? ¿Han sentido también esa alarma que pone un freno llamado “precaución y prudencia” (o miedo) cuando vemos amenazada nuestra zona de confort? Sobre todo escuchando cada día noticias de mujeres atacadas por atreverse a vivir. Si el miedo no anda en burro. Estoy segura de que la mayoría de las mujeres sentimos esa ansiedad al salir de casa. Y revisamos nuestro vestuario “a ver si no muestra demasiado”. No vaya a ser que llame la atención más de lo debido y me vaya a tener que hacer de palabras con alguien. “Mejor me cambio y evito problemas”, dice mi “yo” sumisa; esa que me cae tan mal.
Pero desde el año pasado, cuando entré al reality show “La Voz México”, me quedó muy claro que es mucho mejor arriesgarse que morir lentamente cada día sin haberlo hecho.
Así que les dije que sí estaba interesada en hacer el casting. Y me puse a investigar minuciosamente (como no lo había hecho ni con mis citas amorosas) a la empresa, a la directora, el proyecto, la ciudad y hasta la Embajada de México en Bélgica y a su embajador. En realidad creo que estaban muy convencidos de que fuera yo y no necesitaron mucho para decirme que el papel era mío. Que debía estar casi tres meses en Bélgica para la realización de la película.
Lloré.
Una gran parte de mí lloró de emoción y satisfacción. Ese llanto orgulloso que te dice que vas bien en tu carrera. La otra parte de mí lloró al recordar los días donde no tuve para comer. Los días donde tanta gente se burló de mí, de mi manera de ser y de mi manera de hablar. Otra parte de mí lloró de agradecimiento. Y agradecí a las Artes. A la Música. Al Cine. Por nunca dejarme sola. Por darme siempre motivos para superarme y seguir adelante en este camino que no es fácil siendo mujer en un país como nuestro bendito México.
“Ser mujer en el mundo del espectáculo no es fácil. Yo pensé que sí, pero no es”. Me dijo mi coach, la cantante brasileña Anitta. Ella, que tiene millones y millones de seguidores a nivel mundial. Ella, que tiene un cuerpo que todo mundo voltea a ver… Sobre todo si está a la vista en las redes sociales, cubierto sólo con un diminuto traje de baño y bailando como sólo ella sabe hacerlo. La veo y pienso: “Realmente las masas se mueven si les das algo físico. ¿Te vas a atrever?”.
Todos los días veo en mis redes sociales a muchas de mis amigas del Conservatorio Nacional de Música o a mis compañeras actrices luchando, estudiando y trabajando por una oportunidad ¡y hay tan pocas! Veo tan increíble que haya tanto talento y se hagan tan pocas cosas o se elija siempre a la misma gente…
Me rehúso a creer que la vida de una artista deba ser así. A veces creo que el arte es una diosa que lo ve todo desde arriba y quien esté dispuesta a sacrificar todo por ella, será quien obtenga la corona. Y se sentará allí con sus hermanas. Definitivamente no es un camino fácil. Se requieren muchas agallas para ser artista habiendo nacido en México.
La gran ventaja de las mujeres que amamos el arte: disfrutamos tanto el camino, que cada día vivido en brazos de nuestra más grande pasión es un día que morimos y volvemos a nacer.
Y a un Ave Fénix no la detiene ni la muerte de su cuerpo.
Educar en la equidad puede parecer algo fácil de llevarse a cabo; sin embargo, al repasar con más detenimiento las acciones cotidianas o nuestros comportamientos supuestamente libres de ideología, resulta que estamos rodeados de símbolos discriminatorios sin darnos cuenta. Y esos gestos aparentemente inofensivos van construyendo una base que los niños ven, adoptan y luego reproducirán en su vida adulta. Esos ejemplos con los que convivimos son valores heredaros, y en algunos casos pueden estar alargando la vida de las diferencias. Ojo, inconscientemente, puedes estar incurriendo en alguno.
Soy de esas personas que recurre al diccionario en cuanto surgen dudas sobre algo, así que me lancé a consultar uno cuando escuché la palabra micromachismo por primera vez. Para mi sorpresa no existía como entrada. ¿Demasiado nueva para ocupar ya un puesto en nuestro vocabulario? Quizá no en un volumen académico, siempre más cauteloso, comedido y conservador. Pero ¿y en uno de uso? El término se pronuncia todos los días. Quise deducir su significado por la unión de sus elementos: el prefijo micro-, que significa muy pequeño, y el sustantivo machismo, definido como la actitud prepotente de los varones frente a las mujeres… ¿habrá tamaños entonces en la prepotencia?
Esta vez la aclaración llegó de la mano –de la boca, más bien- de Chimamanda Ngozi Adichie, escritora nigeriana, conocida además por su ferviente activismo en la lucha por la equidad entre hombres y mujeres, particularmente en África. Gracias a una de sus pláticas (varias de ellas se encuentran subtituladas en YouTube) me llevó a Luis Bonino Méndez, psicoterapeuta residente en España que en 1991 definía micromachismo como la conducta que sobrepone la autoridad masculina por encima de la femenina, esas ideas, acciones y comportamientos cotidianos que muestran la desigualdad y condicionan el día a día de las mujeres. Yo me atrevería además a añadir una pequeña precisión: puede ser ejercida tanto por hombres… como por mujeres. Oh, sí. La discriminación tampoco distingue géneros.
Son gestos aparentemente normales, pero no por ello dejan de ser molestos porque discriminan, porque aunque puedan parecen aceptables no deberían serlo, porque por habituales no dejan de ser injustos y porque, en algunos casos, dejan la puerta abierta a acciones más graves.
No se trata de diferencias salariales, de prohibiciones de entrada a mujeres a ciertos lugares o actividades, diferencia de trato, acoso sexual o maltrato psicológico o físico, no, esas son acciones machistas conocidas y por fin cuestionadas y denunciadas, en las que poco a poco se van dando pasos hacia la equidad. Los micromachismos son más sutiles, más invisibles, menos recriminables, pero no por ello menos merecedores de un análisis, de un foco rojo.
A veces no hay que irse lejos para toparse con esos ejemplos. El 16 de abril de 2012, la escritora británica, Laura Bates, comenzó “The Everyday Sexism Project”, un sitio web (www.everydaysexism.com) en el que se registran las entradas de mujeres que documentan las situaciones de discriminación por sexismo que han vivido, y que demuestra que el micromachismo está mucho más presente y arraigado de lo que pensamos. Yo hice un recuento de mis momentos, pregunté a mis amigas por los suyos y siguiendo el modelo de Bates saqué una lista de situaciones que parecen inofensivas pero que llevan toda la carga de la desigualdad. Aquí van algunas de ellas.
La primera fue nada más llegar a México. Y cuando digo llegar me refiero a nada más salir del aeropuerto. Venía a desempeñar una tarea laboral que había aprendido y practicado durante tres años en Madrid. Supongo que la persona que me eligió para hacerlo pensó que estaba preparada y era la idónea. Pero cuando mi jefe me vio de camino al hotel, en pleno Viaducto (¿para qué andar con rodeos o esperar a que el jet lag me dejara reaccionar?) me soltó: “Laura, tienes tres problemas –qué capacidad para conocer a alguien con solo cargar su maleta, oye-: eres mujer, eres joven y eres extranjera. Nadie te va a tomar en serio”. Fulminante. Es de agradecerse que te avisen de los obstáculos que te encontrarás en el camino desde el inicio pero en este caso estaba frita, los tres “problemas” eran irresolubles. Podría esforzarme más, dedicar más horas, intentarlo hasta lograrlo, poner en práctica todas las opciones estudiadas los meses previos, pero lo que me señalaba estaba en mi acta de nacimiento y poco podía hacer yo para cambiarlo. Me quedé pensando. No se trataba de mi edad, ni de mi lugar de nacimiento; si hubiera sido un hombre me vería como a una joven promesa que alguien había estado puliendo para venir a brillar como el futuro talento de la empresa, la bocanada de aire fresco que justo necesitaba el negocio; pero mi verdadero inconveniente era que yo era mujer y nadie creería que una mujer estuviera preparada para hacerse cargo de una responsabilidad como la que venía a realizar. Ahora me había convertido en un contratiempo. Sin abrir la boca ya estaba resultando un riesgo. Nadie me había visto trabajar ni me había permitido siquiera meter la pata. El problema radicaba en lo que les causaba mi aspecto: desconfianza.
Mis padres nos habían educado igual a mi hermano y a mí y era la primera vez que me sentía en desventaja por algo que no dependía de mí y me enfrentaba a un prejuicio que no podía rebatir. Y desde entonces puse más atención y resulta que vi más momentos similares.
Empecé a fijarme que los libros de texto o de lectura que estaban llenos de esos estereotipos que ahora me hacían arquear las cejas. Las mamás siempre salen planchando, sosteniendo a los bebés, en la cocina, cargadas de bolsas de la compra, mientras que los papás leen el periódico en la sala, manejan el coche y salen de casa con un maletín hacia la oficina. Por eso mi jefe esperaba a un hombre. Porque eso era lo que siempre había visto a su alrededor. Así pasaba también en la publicidad, donde todas las mujeres son guapísimas, están buenísimas, se mueven sexy y tienen un cabello envidiable. Y nunca tienen frío, porque siempre van con poca ropa. Pero de repente las mujeres empezaron a ocupar otros puestos, a destacar en terrenos tradicionalmente masculinos, a lograr sus sueños, que hasta ese momento ni se habían planteado intentar alcanzar. Y entonces sorprendió nombrar a profesionales como abogada, médica, arquitecta, presidenta, música, ingeniera, doctora o científica. Las niñas no solo querían vestir falda y quedarse en la grada en un partido de futbol y empezaron a quejarse de ciertos tratos que sentían como abusivos. Y los años siguieron pasando…
En los coches, ellos siempre manejan y cuando lo hacen ellas, “mujer tenías que ser” si cometen alguna torpeza, en los bares si piden una bebida alcohólica se la servirán a ellos, le preguntarán a él cómo quieren ellas el término de su corte de carne o les criticarán que coman mucho, porque ¿acaso no cuidas tu dieta?
En casa, papá siempre llega de trabajar y se sienta a ver televisión o se sirve una cerveza o prende la computadora mientras pregunta qué hay de cenar; mamá llega a la misma hora y antes de quitarse el abrigo ya ha prendido el fuego para preparar la cena, llena la lavadora para que dé tiempo a tender y secar la ropa antes de acostarse y revisa el refri para salir a comprar faltantes mientras se termina de hacer la sopa. Ellos “ofrecen ayuda” en casa o con los niños, porque esas tareas son de ellas, como si ellos no vivieran bajo el mismo techo, se alimentaran y ensuciaran igual o no hubieran participado en la concepción de las criaturas. Ellas se sentarán en la mesa siempre cerca de la cocina, para que sea “más cómodo” servir la cena y cuando su hija crezca hará lo mismo. Aunque he escuchado a amigos decir que deseaban tener niños en el embarazo porque eran más fáciles que las niñas, sobre todo si el primero fue varón, porque así con dos niños los puedes llevar al futbol juntos (no me hagan caso pero juraría haber visto a niños jugar con muñecas y a niñas pegarle divino al balón), aunque otros prefieren tener niñas porque son las que se quedan más cerca de los papás cuando envejecen (deberían conocer a mi hermano). Luego crecerán, serán miradas con lupa en lo que elijan para vestir (sobre todo si ocupan un puesto de responsabilidad) y si se tiñen el pelo a un tono rubio sus parejas podrían soltarles un “qué pendeja, pareces una puta”. Serán criticadas cuando se expresen con palabras groseras, “poco adecuadas para una señorita”, no se verá bien que tengan mucho sexo (mucho menos que lo disfruten), tendrán que batallar para ser escuchadas en público y no verán muchas heroínas mujeres en quien verse reflejadas o querer parecerse en los libros y en las películas. Si alcanzan algún logro deportivo, les costará que la prensa hable de ellas y cuando lo hagan resaltarán datos tan relevantes como quién es su padre, marido, a qué entrenador le deben el mérito de estar ahí o si tienen hijos. Los hijos. Otro gran tema. Cuando sean madres tendrán que dejar su carrera profesional un tiempo y lidiar para volverse a subir al tren laboral cuando crezcan o hacer malabarismos para compaginarlo y para cuando lleguen a ser abuelas, tendrán que ocuparse de los nietos. Si deciden quedarse solteras les preguntarán cuál es su defecto o por qué son tan pederas con ellos que no las quieren, mientras que si deciden no tener hijos se convertirán inmediatamente en egoístas que solo piensan en su bienestar (si anuncian que serán mamás… uffff ya la regaron, acaban de hipotecar su independencia por seguir las normas convencionales). Y si algún día muestran mal humor les preguntarán por su menstruación. Total, que hagan lo que hagan, siempre habrá alguien que las critique. Sobra decir que ninguna de estas situaciones serán frecuentes en el caso de que sean niños. Enfrentarán críticas, claro que sí, pero pocas estarán ligadas a su género.
No se crean, como en todo hay un lado B, pues también hay situaciones donde aparentemente la mujer sale ganando ante estas desigualdades, aunque si rascamos tantito podríamos encontrar algo de injusticia escondida ante cierta apariencia de inocencia (acotaciones entre paréntesis). Cuando un chico y una chica se conocen se espera que ellos den el primer paso, es su responsabilidad (qué desesperada o descarada parecerá ella si lo hace, mejor que espere que lo haga él, es lo correcto); en un restaurante, se da por sentado que ellos tienen que pagar la cuenta (si ellas insisten en compartirla pueden ser acusadas de “progre”); si un hombre pasea solo con un bebé en un lugar público y necesita cambiarle el pañal quizá se tope con que los cambiadores solo se encuentran en los baños de mujeres (¿qué no se lo puedes pedir a ella?); y si salen por la noche a una discoteca, seguramente encontrarán varios lugares donde ellas no pagan entrada (suele haber menos mujeres en la noche, incentivemos que vengan. O como me decía irónicamente una vez un amigo: “tú no pagas por el producto, el producto a veces eres tú”).
Etcétera, etcétera, etcétera. La lista puede ser laaaarga pero sirvan estos ejemplos para reflexionar un poco sobre el asunto, llamar la atención y quizá –ojalá- poner más cuidado en lo sucesivo. Porque la mayoría de las veces no se hace a propósito, son acciones inconscientes, pero empezar a cuestionarlo o señalarlo puede ser un buen paso, no el primero ni el último, pero sí uno que aporte al camino hacia la igualdad, la equidad y la justicia. Un mundo mejor, vaya.
Me hice feminista por estilo de vida, es decir, primero accioné y después pensé. Todo comenzó casi por azar, con un trabajo donde tuve la oportunidad de conocer la realidad de las mujeres de este país y después entendí que algo en el perfecto engranaje social no encajaba tan bien. Escuché muchas historias de mujeres y en todas resonaba mi propia historia, la historia de las mujeres de mi familia o de las mujeres más cercanas a mi vida. Escuché historias de no poder ir a la escuela por ser mujer, el dominio de la familia sobre lo que se debía y se podía hacer, el abandono de los maridos en la paternidad, la dependencia económica a los hombres de la casa, la violencia física y psicológica dentro y fuera de las familias, la falta de oportunidades, la inseguridad, etc. Eso es cosa de todas -pensé- yy mi propia experiencia de vida me dijo: sí, lo que es de una es de todas. Me di cuenta que mi vida como mujer estaba llena de privilegios. Me sentí como un salmón nadando contra corriente sin saberlo y llegando a la meta por casualidad. Esta era mi realidad privilegiada:
Mi padre y mi madre me apoyaron en todo lo que quise emprender.
Tuve la oportunidad de llegar a la universidad (era la tercera mujer de la familia paterna y materna que había llegado).
Me hice actriz en la UNAM a pesar de que parecía imposible.
En el CUT viví las mejores experiencias.
La vida universitaria se cumplió: conocí a los mejores maestros, compartí en el mejor espacio las más grandes experiencias artísticas, y con el resto del grupo descubrí lo que significaba ser actriz, prestar mi alma, inventar universos, construir la ficción, retarse a sí misma en las clases de acrobacia, caer y levantarse. Que por cierto, abro un paréntesis porque tendríamos que hablar de esa formación que tenemos como artistas que pretende deshacer al ser y borrarlo para que sea tabla rasa, tabula rasa. Un ser que no tenga en cuenta hechos pasados, una tablilla sin inscribir; y que en medio de ese proceso ocurren un montón de abusos. He de decir que nunca fui abusada, pero he sido testigo de un montón de ⎯por decir lo menos- irregularidades. Entonces, abro un paréntesis pero lo cierro en chinga, porque si no, nos perdemos del tema que intento exponer.
Volviendo al punto:
Al pasar por esa vida universitaria me encontré con otras tres locas que buscaban lo mismo que yo: hacerla en los escenarios y ser felices. Segunda o tercera casualidad.
Hicimos compañía porque era mejor estar juntas que estar solas; no la sabíamos en ese momento, pero hoy en día es la única certeza que tenemos y la mejor certeza: mejor juntas para enfrentar al mundo y sus pequeñas grandes sutilezas, por no decir sus problemas y sus chingaderas, mejor juntas que solas.
Otro privilegio:
Entender que la vida se camina mejor al lado de otras mujeres que sienten igual que tú.
Y hablo de sentir y no de pensar porque aquí viene el hoyo negro en el que nos han metido o en el que constantemente caemos. Nos han dicho mil veces que las mujeres “sentimos” y nos acostumbramos a sentir mucho. El mundo entero aprecia eso, pero poco aprecia lo mucho que pensamos… y una, por más que lo intente, no puede evitar pensar, y en mi trabajo a veces hay que pensar mucho, pensar mucho para convertir en chistoso algo que no lo era por ejemplo, y de tanto pensar y de poner el mundo al revés para hacer humor me reconocí como una mujer pensante y sintiente. ¡¿Qué se hace con eso?! ⎯me pregunté-. ¡Vivir! Me respondí.
Después, una de mis amigas era feminista, y se hizo de una novia también feminista y nos puso a leer y de eso no entendí mucho. Bueno, entendí que el feminismo no mata, el feminismo salva. Entre líneas entendí que era mi vida como mujer la que estaba en juego, y ahí llegó el cabaret a cobrar dimensión, primero porque el teatro hablaba de todo menos de esta sensación de tener el destino marcado por ser mujer y segundo porque el humor era la manera perfecta para hacer resistencia. Me hice cabaretera todo terreno con mis tres amigas, cínica pues. Me enamoré, tuve un hijo con otra mujer, rompí todos los esquemas que estaban a mi alcance y no por “drama”, sino por necesidad de vida. Digamos que me lancé a vivir como Dios me dio a entender. Me equivoqué en todo lo que me he podido equivocar, cometí errores, pedí perdón, y he vivido muchas cosas que hoy me hacen ser esta mujer y no otra. Mientras, el escenario se convirtió en la extensión de libertad de cuatro mujeres independientes. Le hemos dado vuelo a la hilacha, hemos hecho shows buenos, otros muy malos, nos hemos travestido, burlado de los malos de malolandia. Nos hemos confesado, lloramos, nos hemos peleado, pero sobre todo nos hemos reído mucho y hemos hecho lo que hemos querido. Creo que tener la libertad de decir lo que pienso y siento en un escenario me ha ayudado a vivir y a diseñar la vida que quiero. En realidad la relación entre mi vida y el escenario ha sido como la del huevo y la gallina, no sé qué fue primero, no sé si por actuar y escribir he tenido que ser congruente con mi vida o por tomar ciertas decisiones en mi vida he tenido que escribir y hacer lo que hago en el escenario, lo que es cierto es que han sido acciones permanentes en mi existencia y que están profundamente ligadas una con la otra. El escenario me ha obligado a retarme, a imaginar, a no traicionarme, a reinventarme, a comprometerme, pero sobre todo a confiar en lo que pienso y siento. Ahora cuando me subo al escenario siento la necesidad de decirle a las mujeres que tenemos que confiar en lo que sentimos y pensamos, pues tenemos que pensarnos desde otros lugares, lugares más placenteros y libres.
Y la tarea es titánica porque hay que borrar hasta el pensamiento colectivo de la humanidad. Desde el mundo arcaico estamos sometidas a encarnar la virtud, la bondad, la maternidad, la belleza, y todas tenemos lados muy feos, muchas no quieren tener hijos y otras podemos ser muy malas y perversas.
Tenemos que inventar nuevos símbolos, nuevas narrativas que hablen de las mujeres tal cual somos y que reflejen lo que pensamos y deseamos, y eso tenemos que hacerlo nosotras.
Como la cabaretera es mala y liosa, citaré el test de Bechdel, que ayuda a medir la representación de las mujeres en el cine. (Wikipedia)
En la tira cómica «The Rule», uno de los personajes dice que ella únicamente acepta ver una película si cumple con los siguientes requisitos:
Aparecen al menos dos personajes femeninos.
Estos personajes se hablan una a la otra en algún momento.
Esta conversación trata de algo distinto a un hombre.
¿Para que sirve este test? Para descubrir con profunda tristeza que poco se habla de nosotras si no estamos con un hombre.
Ahora preguntaría: ¿Cuántas obras de las que has visto son protagonizadas por mujeres? ¿Y a cuántas les va bien en la historia?
¿Somos invisibles como individuas? Hasta el asesino de Ecatepec es más relevante que las víctimas. ¿Por qué seguimos siendo invisibles? ¿Qué estructuras de poder actúan sobre las mujeres? ¿El teatro está cuestionando esas estructuras? ¿Está buscando romperlas? ¿Se está preguntando a quién le sirven? ¿Quienes las construyen y para qué las mantienen?
No. En el teatro nos seguimos encontrando con muchas historias que refuerzan esa estructura de poder (la de dominio y sumisión). Ya no quiero ver historias donde las mujeres sufren por el amor de un hombre, porque sigue reforzando la idea de que solas no valemos. No quiero ver historias donde la pasión, el deseo o el amor es doloroso y dañino, porque nos fracturan en lo más profundo y valioso. Donde las mujeres se sacrifican por los demás, sienten culpa, o que es su responsabilidad por ser madres, donde son exhibidas como objetos. Donde las mujeres son tontas, frívolas, enredadas, locas, enfermas, donde sufren y no tienen salida, pues todos esos discursos nos condenan a ese destino. No estoy diciendo que no hablemos de la complejidad de las pasiones o las relaciones humanas, pero por favor busquemos una manera de otorgarnos una salida más digna. Para eso tenemos que reinventarnos, hombres y mujeres, cuestionarnos todo. Las mujeres no tenemos la respuesta de cómo debería ser, pero sí sabemos lo que ya no queremos ser y no queremos que se repita como una fórmula natural, porque no es natural no tener los mismos derechos que los hombres, no es natural que la sociedad entera quiera decidir que se hace con el cuerpo de una mujer, no es natural que nos digan cómo se tiene que amar, sentir, y pensar, no es natural que nuestro destino sea el sufrimiento, no es natural que solas no existamos, no es natural que seamos violentadas, agredidas sexualmente, condicionadas por ser mujeres a la fragilidad y a la vulnerabilidad, no es natural que nos asesinen, las mujeres ya no queremos ser víctimas de la vida, queremos ser dueñas y decidir sobre nuestras vidas. Hoy en día, nadie pondría en tela de juicio el derecho de una mujer a ser persona, pero lo seguimos replicando en todos los ámbitos. Toda aquella construcción social que limita a las personas se puede y se debe de-construir.
¿Cuál tendría que ser el juego desde mi punto de vista? Las mujeres tenemos que reconocernos como personas, independientes, completas, libres. Tenemos que ser capaces de imaginar otras posibilidades de relacionarnos, otras posibilidades para ser madres, otras maneras para amar, hacernos cómplices de nuestros cuerpos, atendernos pues, escucharnos y soñar otras maneras de existir. Y esa es una tarea que sólo nosotras podemos hacer. Me gustaría que el teatro hablara de esto, me gustaría que hubiera muchas voces de mujeres que me ayuden a entender quién soy, en dónde estoy parada y hasta dónde puedo llegar, que me ayuden a romper mis límites, que me digan que la felicidad existe, de a ratos, pero existe, que me hablen del placer, que me hablen de lo que significa tener el poder. Que me hablen de historias donde hasta la más chimuela masque tuercas. No quiero que las mujeres tengamos el destino del salmón, no quiero que sea la casualidad la que nos ayude a vivir.
Abrí el video viral en el que me etiquetaban por Facebook tanto amigas como colegas e incluso hombres que con orgullo compartían la intervención de una mujer bien documentada para defender la despenalización del aborto, quien debatía álgidamente con un conservador. Estuve a punto de compartirlo, pero me detuve en un abrupto momento de consternación, porque me cayó el veinte de que todo comunica. La frase es un lugar común, lo sé. Pero justamente porque coincido con la causa y con el discurso del Movimiento Marea Verde en Argentina para impulsar la despenalización del aborto, me di cuenta de que, para quienes es un tema poco común y sobre todo para quienes causa resistencias, el lenguaje verbal y no verbal de la vocera más que despertar interés y ganar nuevos aliados, reivindicaba las descalificaciones de nuestros adversarios.
Quienes vieron el video quizá coincidan conmigo, otras, por el contrario, opinen que son esas las formas necesarias para literalmente “alzar la voz y hacernos escuchar”. Incursiono en esta reflexión sólo como una sugerencia para que trabajemos en estrategias de comunicación que tengan como primer objetivo no reproducir las actitudes machistas de las que nos quejamos.
Eso no significa que aquella vocera siempre se comunique de forma bravucona, ni mucho menos que todo el movimiento recurra invariablemente a herramientas de comunicación visiblemente confrontantes. Hay varios videos con este patrón y diferentes protagonistas. No se trata de personalizar, sino de usarlos como referentes aislados para que reparemos en la forma en la que, voluntaria e involuntariamente, abordamos los temas que más apoyo y nuevos aliados requieren. ¿Definimos con anticipación las formas y el lenguaje corporal que utilizaremos antes de iniciar un debate público? No se trata de descartar definitivamente la confrontación, sino de utilizarla estratégicamente a nuestro favor.
Así que aprovecho este espacio chulo de reinas para que, sin flagelarnos, nos atrevamos a deshacer un poco el tejido con el que estamos arropando nuestros discursos y las herramientas de comunicación a las que recurrimos cuando se hace imperante poner un alto al abuso o al autoritarismo impuesto a nuestros derechos y libertades.
Independientemente del tema, la persona y el contexto, ¿escuchan ustedes a quienes interrumpen una conversación a gritos, con manoteo constante y descalificaciones personales? ¿Resisten la tentación de cambiarle de canal al programa que transmite una conversación en la que la neurosis protagoniza el ambiente y diluye cualquier contenido? ¿Podemos impulsar una causa con principios de inclusión cuando a patadas se saca a un hombre solidario de una protesta feminista porque no comparte el género de las convocantes? ¿La identidad del feminismo está tan arraigada en la discrepancia, que resulta una traición intentar plantear ganancias de nuestras propuestas para otros grupos que en principio no las comparten? ¿Sólo con gestos de furia, frustración y desprecio por las ideas conservadoras es posible mostrar una militancia consistente?
Está otra faceta de los estereotipos que resulta más fácil de derribar: “las feministas se victimizan”, pero siendo justas no podemos achacarle sólo a las y los ignorantes la dificultad para empatizar con el dolor y los retos que atraviesan muchas mujeres derivados de diferentes hechos victimizantes o violaciones a sus derechos humanos. Quizá en nuestra réplica hay sutiles, pero contundentes, carencias de matiz. Por eso es indispensable no banalizar la gravedad de esta clasificación con generalizaciones que suelen colocar en la misma denuncia un coqueteo que una violación. Marta Lamas ha reflexionado a fondo sobre este riesgo en su libro Acoso ¿Denuncia legítima o victimización?. De este material hay mucho material que rescatar para este rubro, pero me quedo con una de sus intervenciones cuando utiliza como anexo el texto “Defendemos una libertad de importunar, indispensable a la libertad sexual” con la que se subraya que, quienes queremos educar a nuestras hijas de manera que estén lo suficientemente informadas y conscientes para poder vivir plenamente su vida sin dejarse intimidar ni culpabilizar… los accidentes que pueden tocar el cuerpo de una mujer no necesariamente alcanzan su dignidad y no deben, tan duros como sean algunas veces, hacer necesariamente de ella una víctima perpetua. Porque no somos reductibles a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esa libertad que atesoramos no va sin riesgos ni sin responsabilidades.
* Retomado del anexo: “Defendemos una libertad de importunar, indispensable a la libertad sexual” publicado en el periódico Le Monde este año, e incluido en el libro Acoso ¿Denuncia legítima o victimización? Marta Lamas, Fondo de Cultura Económica, 2018. Pp 158.
Vale la pena mirar en contraste las formas, que igual percibimos hipócritas, de quienes desde su postura conservadora recurren a la calma, la elocuencia, la vocecita suave y complaciente, los silencios “respetuosos”. Un momento… antes de que brinquen, también he visto videos de conservadores neuróticos y beligerantes que interrumpen a las feministas e imponen su voz elevando decibeles. El punto no es quién tiene más de un tipo o del otro, sino qué tan efectivo ha resultado comunicar involuntariamente con patrones machistas las causas feministas. En este sentido considero urgente que hagamos un ejercicio de autocrítica para entender que, aunque nuestras causas resultan herejía pura para los conservadores y autoritarios, hay amplios grupos que están abiertos a escuchar y a aprender en el camino. Así que vale la pena abrir nuestro espectro de audiencia, diseñar mensajes y lenguajes no verbales pensando más en ellas y ellos cuando comunicamos. Difícilmente moveremos a los conservadores de su postura, no será por nuestros empujones y manotazos que se retiren de su obtuso lugar. Pero cabe la posibilidad de que estemos pasando por alto a quienes desde otra postura menos extremista están dispuestos a escuchar, a entender que somos firmes sin necesidad de gritar y que mantenemos nuestras convicciones sin denostar.
Sacudirnos los estereotipos de lo que ha significado en culturas como la nuestra ser mujer o ser hombre, no implica asumir en automático actitudes y verbalizaciones del rol “opuesto” para demostrar que apostamos por cruzar la infranqueable línea de la inequidad. Implica, con toda la audacia y alevosía que esto requiere, aprovechar que la valentía, la cordialidad y la sensatez, son sustantivos femeninos.