¡Esto es lo mío!
Tengo el mejor trabajo que pude haber tenido: ¡soy comentarista deportiva! Lo he sido siempre, aunque de manera oficial y remunerada desde hace 17 años, o sea, mi carrera nació con el siglo.
Mi formación ha sido deportiva, desde que yo recuerdo he estado rodeada de deporte. En mi casa los años se cuentan por Juegos Olímpicos o Super Bowls, Series Mundiales de beis, finales de futbol, eliminaciones del TRI en mundiales, descalificaciones de caminata en Juegos Olímpicos por flotar y un variado etcétera. Las trabajadoras del hogar eran además asistentes técnicas, sabían lo que era una hombrera, un barbiquejo, espinilleras, rodilleras. Es más, por encima del cilantro y el perejil, diferenciaban perfecto un bat de una raqueta, el balón de básquet del de volei, una muslera de una tobillera. En la casa todos nos multiplicábamos para ir a ver jugar a todos, en frontón, básquet, voleibol, tenis, futbol, americano, natación, squash, padel… Comprenderán que juntarnos para eventos sociales era imposible.
Recuerdo un aniversario de casados de mis papás que de plano nos dijeron: “OK, cada quien vaya a su torneo, nos vemos ‘a tal hora’ (amo esa referencia tan nuestra, ‘a tal hora’), comemos y de ahí nos vamos a la Sala Nezahualcóyotl a disfrutar de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi”. ¡Anda, tú! después del aferre de cada uno jugando sus impostergables torneos, el atracón salvaje que se dio cita en el restaurante ¡fue memorable!, a tal grado que, con los primeros acordes de La Primavera, un sexteto de cuerdas roncaba en la prestigiada y universitaria sala. ¡Dije que éramos deportistas, no superhéroes! Cuento esto con el afán de dar un poco de contexto al hecho de que, para mí, trabajar en deportes era el paso natural después de aprenderlos, practicarlos y enseñarlos. Cabe señalar que mi carrera la estudié en la IBERO, Diseño Gráfico y la ejercí de manera constante y sangrante durante 20 años.
“¿Y cómo es que llegaste a esto del deporte?” y “¿Hay machismo en el periodismo deportivo?” son las dos preguntas más recurrentes que me ha tocado responder.
Llegué de la misma manera en que pretendía yo jugar futbol o tochito cuando era una sub12, me acercaba y le preguntaba al lidercillo de los niños “¿puedo jugar?”. La mayoría hacían muecas, otros los ojos de huevo cocido, pero siempre había alguno que decía “va”. Una vez en la cancha yo me encargaba de que la decisión hubiera sido la correcta. Me aplicaba, me desmarcaba, recuperaba el balón, lo conducía, lo pasaba, fintaba, tiraba, metía gol, también la pedía 10 veces sin que me la pasaran, aguantaba alguna entrada medio manchada y me desquitaba, entrona siempre he sido y acuérdense que “las niñas no lloran”. Al final yo me divertía, muchos se ardían y otros tantos me aceptaban. En pocas palabras hacia amigos y enemigos. Cada vez que pedía jugar tenía que volver a convencer a alguno, driblarme a otros, pasársela y pedírsela a mis compañeros, pero yo sabía que ¡eso era lo mío!
De esa misma manera llegué a los medios deportivos, preguntando si podía jugar, si podía comentar deportes, analizar deportes, platicar sobre deportes, escribir sobre deportes. De la misma manera hubo quien hizo los ojos de huevo cocido, quien hizo berrinche, quien dijo sí y me incluyó en su equipo. No faltó quien no me prestaba el micrófono, quien sí, a quien yo se lo robara. Tuve que desarrollar mi técnica y un estilo para desmarcarme. Nunca me detuvo pensar que debía cumplir con algún estereotipo femenino. Porque tampoco eso me detuvo para practicarlos. Aunque si me fui dando cuenta que el medio si está detenido en ese estereotipo de belleza femenina por encima de compartir el balón, la cancha y el micrófono.
Culturalmente, el deporte ha sido asociado al desarrollo y formación de los hombres bajo aquellas frases de “¡Mételo al fut, box o americano, pa’ que se haga machito!”. Me voy a saltar la consabida y vergonzosa parte de que a las mujeres no se les fomenta el deporte porque nos hacemos “machorras”, nos salen tumores en la chichis, se nos corta la menstruación, nos crece barba a tal grado que les robamos las corbatas y mancuernillas a nuestros papás. Otro día que me vuelvan a invitar le entramos a ese tema con igual gusto. Afortunadamente el tiempo, el desarrollo y principalmente avance cultural nos han mostrado que ningún mito anterior es cierto. Salvo el de las mancuernillas, ya que aparecieron unas en una caja que me traje de casa de mis papás.
Lo anterior para entender lo difícil que resulta entrarle a un círculo dominado por hombres, que hacen contenidos para hombres, que quieren seguir siendo vistos por hombres y que son felices rodeados de hombres. Por lo menos cuando yo llegué.
No sabían bien dónde ponerme, porque hablaba de fut, de básquet, de tenis, de beis, de americano, de Olímpicos. Porque entendía y juzgaba un fuera de lugar, porque antes de hablar de las piernas de los jugadores, opinaba si les servían o no para meter un buen pase o un gol. Y todos esos espacios parecían ya estar reservados por y para hombres.
Empecé en radio y creo que fue lo mejor, porque solo tenían la oportunidad de calificarme por mi voz y mis palabras y no por si cumplía o no con el estereotipo de belleza femenina. Aun así, varias veces fui mandada, por el auditorio, a lavar los platos o a la cocina en vez de opinar de deportes. Si supieran que al igual que millones de hogares yo tenía televisión en la cocina y desde ahí veía deportes.
El reflector a un tartamudeo, una pausa, una duda o un error siempre es más feroz, no importa los años que llevo haciéndolo, los Juegos Olímpicos que haya asistido, narrado, comentado. Los mundiales de futbol, de voleibol, de tenis, básquet, etc. Un error “y a la cocina”; de plano opté por remodelar la cocina y poner la tele más grande en la sala y verla desde ahí.
Respondamos pues la segunda pregunta: ¿Existe el machismo en el periodismo deportivo? La respuesta es un Si bemol sostenido, como alguno de Vivaldi que me perdí, pero acompañé con ronquidos en la Nezahualcóyotl.
Respondidas las dos preguntas de cajón, quisiera compartirles lo maravilloso que ha sido trabajar en esto. Porque lo que no dije es que mi anhelo siempre fue ir a unos Juegos Olímpicos. Entrené como loca, jugué como otra loca y de manera más loca mi entrega, respeto y devoción provocaron que el deporte me hiciera olímpica y mundialista. Si bien no fue como atleta, he podido estar en los eventos que tanto he admirado, los Juegos Olímpicos, los mundiales.
Le he conocido las tripas al deporte como industria, como capital político y cultural, como forma de vida. Lo complejo que es que nos llegue a través de la televisión o el radio un evento deportivo. Que narrar – emocionar, es una responsabilidad y no cualquiera puede con ello, transmitiendo emociones, respeto, diversión y orgullo.
Cuando uno empieza a ser reconocida por la gente se sabe que las cosas cambian, por ejemplo, al entrar a una tienda de prestigio o a “un buen restaurante” (otra frase entrañable de nuestro lenguaje) te reconocen, te dan un trato especial, “fírmenos el muro de los famosos”, viene el gerente o el dueño, te dan “upgrade a first class”. Bueno, pues a mí nunca me ha sucedido eso, a mí el mundo del futbol y el deporte me puso en un target muy distinto, pero muy sincero, más cercano.
Si bien nunca me han querido la escoba y el recogedor (ni yo a ellos), si tengo un target muy definido con taxistas, valet parking, meseros, cuidadores, “viene vienes”, “polis de la entrada”, “cheleros” de los estadios, y un sinfín de hombres que quieren y aman por sobre todo el futbol y los deportes. Obvio quisiera ser buscada y ser “totalmente algo” o vestida por alguna de esas grandes marcas o recibir la de la casa en un “buen restaurante”, pero mi gremio es otro y me encanta. Me subo a un taxi y arranca un debate profundo que concluye cuando el taxista me dice que LaVolpe la regó al presentarse “en baños menores” con la podóloga del Guadalajara, sé que voy a salvo. Cuando queda disipado el #noerapenal por el #síerapenal sé que el valet parking mantendrá mi auto sin rayones, con mis objetos de valor intactos y el asiento del conductor de regreso en su lugar. Los meseros me protegen, cuidan no se encajan cobrando de más, el poli de la entrada me da acceso a casa de mis amigas y me guarda lugar, el chelero se toma selfies, aunque luego me pregunta si soy Paloma Gutiérrez (la de las estadísticas, a quien amo y respeto).
En mi club deportivo las mujeres se sienten bien representadas con lo que hago porque alego, digo, analizo. Les da gusto que su esposo no se pierde “los programas” (otra para el archivo), los hombres me preguntan qué opino de algo, para luego soltarse ellos, “como hilo de media” dando su opinión sin permitirme contestar, pero no me sueltan.
Durante 17 años he sido “la mujer perfecta” para muchos tan solo porque amo los deportes, he sido la que “más sabe de futbol” porque le voy a Chivas, o una “reverenda escoria” por trabajar en Televisa donde aseguran me ordenan defender al América”. Y el América me choca.
La gente se anima y me pregunta por qué en voleibol hay una con un uniforme diferente, me corrige diciéndome que es handball y no “hándbol”. Me dan datos, me piden otros. También lo hacen en redes sociales y el patrón no cambia. Gracias al Twitter sé que los deportes no solo le gustan a los hombres, que siempre hay quienes me aceptan y hacen equipo y quienes ponen cara de huevo y les cuesta la mitad del otro aceptarme, que lo que hago le gusta a muchos y también que esos muchos no son todos. He sabido incorporar a los amables, he aprendido a escoger mis batallas, pero sobre todo, me he dado cuenta que estoy donde debía estar, en el deporte, a pesar de su estereotipada concepción, ¡esto es lo mío!, como las cuatro estaciones a Vivaldi, como las mancuernillas a mi casa, como los platos limpios a mi cocina.
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